Entre proyecciones y alegorías

 

Una imagen no es triste ni alegre, depende del observador.

Una imagen del presidente Allende muerto para algunas personas es triste y a algunas otras, puede generar alegría.

 

Cuando me dispongo a compartir la visión del mundo que tengo a través de una obra de arte, lo hago dando a conocer mi mundo; no como es, sino como es para mi. Por consiguiente muestro como es mi mundo, como soy yo y mis vínculos con el mundo, en fin, otro mundo distinto al de cada persona.

 

No se debe utilizar el arte para comunicar una verdad objetiva, hay otras formas más útiles de comunicar tales cosas. No se debe abarcar el campo de la ciencia.

El mensaje científico está destinado a ser entendido y es recibido tal como es emitido (H20 = agua). Al concretar una obra artística voy a transmitir al mundo tal como yo lo percibo, y lo doy a entender según una jerarquización determinada que le imprimo al momento de construirla. Los observadores la decodificarán, mediante sus preexistencias y no desde lo que yo entiendo, sino que la desentrañarán desde allí.

 

Es cierto también que el espectador puede experimentar sensaciones placenteras sin entender (comprender), pero es deber del creador del hecho artístico el ordenar, para que no se pierda su material en el caos, y su propia concepción del mundo pueda trascender, influyendo sobre el espectador e incitándolo a asignarle un significado.

El espectador construye una imagen a partir de su propia realidad, no interpreta casual ni ingenuamente. Esa imagen afecta los sentidos y éstos producen sensaciones en la psiquis del observador. La organización de las imágenes y las vinculaciones entre sensaciones conforman lo que se denomina percepción.

 

 

Extracto de «Pequeño compendio para iniciantes en Dirección Teatral» de Gustavo Insaurralde

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